Todos fuimos revolucionarios

Los burros y vagos, no pudieron tener «talento para la lucha», y por supuesto éxito en su gestión

(1ra parte)

La década de los 70, indudablemente han sido años de pasiones transformadoras de la sociedad global, una especie de continuación de aquel mayo del 68 francés, un movimiento de protesta política, social y cultural que estalló justamente en Francia entre mayo y junio de 1968, impulsado principalmente por estudiantes universitarios preocupados por su futuro, que rechazaban el sistema político, social y cultural francés de la época.

Estos movimientos genuinos e inspiradores repercutieron en todo el mundo, y cada país lo moldeo a su manera, imagen y semejanza.

A Argentina llego después de una confusa y abstracta década de los 60, donde los Beatles, la carrera Aeroespacial y la Alianza para el Progreso, aquél programa de ayuda económica, política y social de Estados Unidos para América Latina desarrollado entre 1961 y 1970,  propuesto por John F. Kennedy, en su discurso del 13 de marzo de 1961, justamente en una recepción en la Casa Blanca para los embajadores latinoamericanos. 

El discurso fue transmitido por la Voz de América en inglés y traducido al español, todo el mundo lo escucho y América se benefició de él, y lo aplicó, pero no sirvió de mucho, porque Europa inspiraba y mostraba que el reclamo pacifico de la sociedad civil en las calles, en particular por jóvenes estudiantes, daba resultados positivos, y así se fue desarrollado una conciencia de que las movilizaciones al estilo mayo francés, eran la clave de un «romance revolucionario» que alcanzaba los objetivos, y le daba a aquellos días de los ’70 el condimento apropiado para sentirnos vivos.

Y digo sentirnos, porque «todos fuimos revolucionarios», todos salíamos a las calles en reclamos de causas nobles, «muy tiernas», en ese momento como ser, el boleto en transporte público gratis para los estudiantes, el comedor universitario sin cargo, también para los estudiantes, y un sinnúmero de reclamos que colaboraban con la educación y el crecimiento del talento joven, fundamental para una sociedad civil en pleno proceso de maduración.

Describir aquellos días y aquellas noches, es imposible, no hay libro ni novela que se acerque a esa pasión que sentíamos, el comprobar que, de pie, en las calles, y en forma pacífica podíamos transformar para bien a una sociedad, todavía verde e inmadura.

La dinámica de los ’70 afirmó una forma de respeto hacia los actores de la sociedad civil, en especial los jóvenes y estudiantes, pero el oportunismo ideológico populista de los partidos de izquierda, comprobaron que, con poco esfuerzo, nada de estudio, y mucha violencia, también se alcanzaban objetivos ya no tan santos, pero si beneficiosos para fomentar la vagancia y la anti meritocracia; un tiro, para ellos valía más que un libro.

Así creció la denominada «lucha» de los revoltosos, pero también la represión y un justo argumento de los fachas para implementar el combatir los palos, con palos, y más tarde con tiros.

Los burros y vagos, no pudieron tener «talento para la lucha», y por supuesto éxito en su gestión; la envidia los carcomía, sus limitaciones, la poca claridad de lo que realmente buscaban, y una contracultura e ideales poco claros, se transformaron en envidia pura y dura, que como decía Thomas Sowell

«La envidia fue considerada una vez como uno de los siete pecados capitales, antes de que se convirtiera en una de las virtudes más admiradas bajo su nuevo nombre. «La Justicia social»

El crecimiento en los ’70 de la violencia, protagonizada por una manada de energúmenos idealistas, y asesinos sin escrúpulos, generó un ambiente social inestable y peligroso que condicionó a la política a tomar posición y balancear con acciones y medidas violentas, aquellos acontecimientos cuyo objetivo para lograr con éxito sus reclamos, eran secuestrar, extorsionar y matar, acciones que abrieron la puerta para que un futuro golpe de estado, comenzara a diseñarse desde las fuerzas armadas, con acciones que lo materializaran, solo había que esperar, el momento oportuno.

La violencia desatada por la revolución generó consecuencias muy graves en la evolución de la sociedad de muchos países Iberoamericanos, y un factor común, la herencia de una cultura de la vagancia subsidiada que sería la moneda de cambio más valiosa que usarían para perpetuarse en el poder gobiernos populistas de extrema izquierda.

Gobernar para la manada, subsidiarla, entretenerla, y dotarla de cuánto amuleto le complaciese para lograr el apoyo eterno al régimen, fueron los enunciados de una estrategia común en muchos países que no demorarían en reaccionar al darse cuenta que los gobiernos usaban a la gente, en forma inescrupulosa. 

Para los que entendíamos que la revolución era otra cosa, estos principios fueron nuestra guía

  • No teníamos pañuelos verdes, mujeres y hombres éramos iguales y nos defendíamos mutuamente.
  • No teníamos idioma inclusivo, hablábamos claro y sin vueltas.
  • No defendíamos el aborto, defendíamos la Vida.
  • No había sindicalistas corruptos, había sindicalistas que daban su Vida, sin pensar en el dinero.
  • No nos escondíamos detrás de un doble discurso ideológico, ya que el único objetivo era la libertad y la democracia.
  • No nos aprovechábamos de los trabajadores, los cuidábamos, y respetábamos sin explotarlos.
  • No había pibitos militantes irreverentes, había jóvenes valientes y comprometidos con la libertad.
  • No había dirigentes sindicalistas millonarios y trabajadores pobres, había dirigentes sindicalistas que defendían a los trabajadores.
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