Mi inspiración

Nacemos sin vocación, pero siempre hay algo o alguien que nos señalan el camino

«Comunicación, algo simple e inimaginable, pero con sentimiento»

Escribir un capítulo introductorio que explique por qué uno es periodista no es fácil, cuando el inductor y guía vocacional ha sido mi padre.

Pueden pasar muchos años hasta que uno, no solo se dé cuenta de algo así, sino también que llegue a valorarlo y a seguir descubriendo enseñanzas de esa persona que con testimonios y consejos resultó ser el autor.

Mi padre, guía e inspirador indiscutible de lo que he sido y soy como profesional, fue un hombre inteligente y con una sabiduría que llegaba a desvelarle ante los desafíos del día a día, en pos de crear y construir nuevos emprendimientos que tuviesen que ver con la comunicación visual y la publicidad en aquellos tiempos.

¡Mazaruca, Mazaruca, Mazaruca; aquí Rosario, ¡cambio!

(*Mazaruca, estación meteorológica en el delta del río Paraná que transmitía las 24 horas el «pronarea», pronóstico de todo el país, y que yo vivía con mi oreja pegada a ese altavoz, escuchando esa trasmisión en forma permanente junto a mi padre).

La comunicación era su pasión y tuvo la oportunidad de practicarla de una forma muy particular que me fascinó; la aviación, el control del tráfico aéreo, ordenar los aviones en sus vuelos, que le hicieron tener más amigos aviadores (que en lo personal). Nunca llegué a conocer a todos, pero los que conocí lo adoraban, por su don de gentes y hombre de bien, y muy divertido.

De pequeño me fascinó verle actuar, hablar, su técnica, su retórica y su dialéctica, cuando se trataba de dialogar, argumentar o discutir, razonando a partir de sus principios.

La complejidad de lo que acontecía en su profesión resultaba para mí el desafío de lo posible, incluso ante situaciones imposibles, escenario que estimulaba en mí el espíritu guerrero de las batallas dialécticas que se irían presentando a lo largo de mí vida.

Todo tenía solución, todo debía hacerse con nivel, convicción y profesionalismo, para lograr resultados exitosos y superar escollos.

Ese ambiente me formó, me interesó cada día más y, sin darme cuenta, iba vislumbrando un camino apasionante que ya sabía dónde empezaba, pero no hasta dónde llegaría.

Espíritu indomable de emprendedor

Hasta ese momento todo era hablar y comunicarse, pero me faltaba la orientación específica de cómo lo iba a seguir aprendiendo y en qué escenario lo aplicaría y la respuesta llegó rápido. Entre tantas cosas nuevas que su cabeza creativa generaba periódicamente apareció una nueva empresa de su creación y funcionamiento: GAMA publicidad, una agencia de comunicación visual en la vía pública que sumó un capítulo complementario a mi curiosidad, porque le acompañaba en la ejecución de sus proyectos, descubriendo así los secretos de cómo y dónde ese tipo de publicidad es eficaz y tiene éxito.

Con GAMA empecé a ver y disfrutar el riesgo que significa fundar una empresa y asumir la responsabilidad que dicha aventura conlleva.

Mi padre, así como la prudencia y el riesgo no cabían en su profesión relacionada con la aviación, en relación a la publicidad sostenía lo contrario; avanzar, crecer, innovar y ser disruptivo eran su conducta profesional, y así fue cómo comenzó a lograr clientes de calidad y marcas que se sumaban a su propuesta, fundamentalmente de publicidad en la vía pública, que iban de la ciudad a las carreteras, y de las carreteras al interior del país, en lugares clave de tránsito. Como él decía: «las mejores curvas, con la mejor visibilidad».

La cuestión era ser disruptivo

Trabajó día y noche sumando clientes y construyendo una reputación de agencia que estaba en los detalles, que significaban buenos resultados para sus clientes. Pero en algún momento decidió tridimensionar su propuesta y ante el pedido osado de un buen cliente, cuyo producto era líder en el mercado argentino como las Píldoras Radicura, unas píldoras para la digestión, cuya imagen era un avestruz que comía hasta tornillos y nada le hacía daño, mi padre decidió llevar ese logo a tres dimensiones, y no tuvo mejor idea que diseñar y construir un avestruz gigante de casi 10 metros de altura, e instalarlo en el aeropuerto de Fisherton en Rosario, para dar la bienvenida a los viajeros que llegaban.

Era la antítesis de la estética, pero todo el mundo se sacaba fotos bajo el avestruz, una suerte de imagen grotesca, pero que rompió los límites de la notoriedad, porque todo el mundo hablaba del avestruz de Radicura.

La aventura duró un tiempo, hasta que la dictadura empezó a combatir todo lo que le quitara protagonismo, porque la gente se sacaba fotos con el avestruz, en lugar de fotografiarse con los soldados y las máquinas de guerra en los desfiles. Le obligaron a quitarlo con la excusa de que debía presentar cálculos sobre la estática del avestruz, cuestionaron el peligro que suponía que pudiese volar con un fuerte viento, ante lo que mi padre, con su humor cáustico recuerdo alguna vez que les dijo a las autoridades: «si los avestruces no vuelan…». Efectivamente era verdad, los avestruces solo corren muy rápido, pero no saben volar.

Fueron tiempos cargados de desafíos y una verdadera «academia», que me introdujo y enseñó, de la mano de mi querido padre, el apasionante mundo de la comunicación, con el que empecé a soñar, para hacer siempre cosas diferentes, disruptivas, donde el desafío era el condimento que nunca debía faltar para cada nuevo proyecto.

Todo fue sorpresa, tardé años en adivinar por qué a su agencia le puso como nombre GAMA, pensando en qué quería significar; conjunto, serie, sucesión, abanico, repertorio, progresión, etc… No, era más simple, como siempre me recordaba acerca de su visión sobre lo que debía ser la comunicación; algo simple e inimaginable, pero con sentimiento.

GAMA significaba: Gustavo, Aníbal, María, y Aníbal… las iniciales del nombre de sus hijos, su esposa y el suyo.

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