El Negro Olmedo; patrimonio intelectual de Rosario

“Hay que tener un gran intelecto, para crear la calidad de humor que el negro mostraba, y con sus actuaciones, nos enamoraba”.

Conocí al Negro Olmedo en el año 1978 cuando trabajaba en la empresa de Juanqui Benvenutti, como Disk Jockey, y operador, en esta oportunidad, amplificado e iluminando los espectáculos de esa temporada Mundial de Futbol ’78.

Yo era un pendejo de 18 años apasionado por aquellas noches rosarinas cargadas de arte, bohemia y revolución, y laburaba teniendo la suerte de conocer a «Los Grandes» del espectáculo de aquella década; Olmedo, Porcel, Soriano, Perciavale, Luz, Bores, Mareco, Rey, Barbieri, Don Pelele, y tantos más, pero nadie me pareció tan talentoso y extravagantemente adorable como El Negro.

Hicimos 12 funciones de un espectáculo con Olmedo, Porcel, Don Pelele, Rey, Patricia Dal, Pegy Sol y elenco. Era en el Teatro La Comedia, indescriptible «ambiente» de aquellos años.

Alberto llegaba siempre comenzada la función y en la segunda entrada cuando ya su compañero Jorge Porcel estaba en el escenario. Entraba de golpe, por la puerta de atrás del Teatro, y se metía en el escenario, siempre tarde porque se bajaba del avión, y de Fisherton «volaba» al Teatro para la función.

Siempre tenía tiempo para todo, saludos a todos, putear a todos, y tocarle el culo a alguna corista que «su mano» encontraba de casualidad rumbo al escenario en la oscuridad de las bambalinas.

Hablé poco con él, era serio y muy correcto, casi diría malhumorado, pero siempre en cada función me decía; ¿qué haces pendejo, éstos pelotudos lo están haciendo bien?» Y se iba perdido en la oscuridad de la entrada en escena.

Nunca tuvo guión, nunca estaba preparado el tema del que hablaría, ni su actuación con el Gordo Porcel, todo era improvisación «a Capella» de dos artistas increíbles, transgresores e inmensos que seguramente hoy siguen hablando boludeces en El Cielo haciendo cagar de risa a los Ángeles, como a nosotros en aquellos días.

El teatro de revista en Argentina fue un fenómeno que hoy seguramente sería más atenuado, por aquella exposición grosera de vocabulario, desnudos y trato, en particular a las mujeres; lo incomprensible es que su mayor esplendor fue durante los años de la dictadura, que marcaba la moral como una de sus valores, aunque fuese una falacia.

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