Un nuevo escenario complejo donde el viejo continente debe recuperar su potencial
Poner en valor a Europa, sus potencialidades, tradiciones y su herencia cultural e intelectual no es suficiente para un continente donde las gestiones demagógicamente populistas dejan al continente a la deriva y con serias averías.
La falta de competitividad, el exceso de crédito oficial, la baja inversión y riesgo privado y una Unión excesivamente reguladora, además de una macro dimensión de empleados y funcionarios, hacen inviable financieramente hablando una recuperación de su «macro economía», ya que también hace falta un profundo cambio cultural en algunos países ya acostumbrados a la asistencia financiera central que no cuentan con su propia generación de riqueza a partir de la oferta de productos y servicios.
A pesar de estas consideraciones la UE es el mayor bloque comercial del mundo. Es la primera exportadora mundial de productos manufacturados y servicios, y el mayor mercado de importación para más de cien países.
El libre comercio entre sus miembros es uno de los principios fundacionales de la UE. Ello es posible gracias al mercado único, pero los defectos de no contar con una fiscalidad común de todos sus miembros y un régimen más parejo en lo referente a poderes adquisitivos de las diferentes clases sociales que cohabitan en el continente, hace más difícil implementar políticas que ayuden a salir del desconcierto y la depresión.
Históricamente Europa alcanzó su hegemonía mundial en los años posteriores a 1500 d.C., principalmente debido a los avances tecnológicos, la investigación científica, el desarrollo político de naciones con una suerte de sucesión y continuidad estables, fundamentalmente gracias a una cultura dominada por el cristianismo.
Estos factores históricos y su diversidad cultural, fogoneada en la actualidad por las ideologías extremas, destruyen los escenarios en los que los acuerdos en temas fundamentales para el continente requieren urgente tratamiento. Entre ellos el serio peligro de la inmigración ilegal, que no sólo fomenta la violencia y la pobreza, sino que por razones «humanitarias» se beneficia de fondos que desequilibran los presupuestos del sector social en algunos países que no controlan este fenómeno crítico.
Es una realidad que Europa necesita trabajadores que cubran los puestos que los mismos europeos no desean como su actividad laboral, pero también es real que una inmigración legal y útil es un activo que resulta imprescindible para diferentes sectores ávidos de trabajadores y profesionales cualificados.
Europa, como cuna de la civilización occidental, ha brindado al mundo valores y modelos políticos, culturales, sociales e ideológicos que hoy deben ser la hoja de ruta de la conciliación de un continente con sociedades diversas y antagónicas, pero que siempre, incluso después de las grandes guerras, terminaron encontrando un camino común y consensuado para crecer y convivir.
Volver a Europa es la clave y el punto de equilibrio imprescindible para que la prepotencia este – oeste de los países que no pertenecen al espacio Schengen, no desequilibren el escenario internacional en tiempos de profundos cambios.
Gustavo Rachid Rucker
Imagen editada Crédito a Berlingske