Tierra del Fuego, promesa y desafío

1982, cambio rotundo de vida y lugar, y la adrenalina a tope por irme al fin del mundo

Me encantó la idea y la propaganda que invitaba a los argentinos a poblar la Patagonia; la elegí en lugar de irme a Australia, como todo el mundo hacía, en busca de una vida mejor.

Vendí todo lo que tenía y me fui, entre abrazos y lágrimas de mis seres amados y en particular de mi Madre.

Fui en autobús de Rosario a Buenos Aires y desde Aeroparque tomé un vuelo de Aerolíneas Argentinas rumbo a Río Grande en un Boeing 727 con escalas en Bahía Blanca y Río Gallegos; comida en cada tramo y llegamos a Río Grande para tomar un vuelo de LADE, Líneas Aéreas del Estado, en un Focker F 27 TC-72 rumbo a Ushuaia.

Hasta el momento (a instancias de mi Padre y su profesión) había volado mucho y en todo tipo de aeronaves, pero este vuelo sentía que significaba algo distinto, era una ruta de ida hacia la aventura y lo desconocido, pero sin billete de vuelta. 

El panorama del vuelo de Río Grande a Ushuaia era marco e imagen de una verdadera obra de arte, con la Cordillera de los Andes y la nieve que iluminaba todo en esa tarde gris donde el corazón aceleraba sus latidos. y que acabó coronada tal excitación con el aterrizaje en el viejo aeropuerto de Ushuaia, una especie de portaviones de cemento con agua en los dos extremos de su pista y una aproximación para final y aterrizaje a baja altura sobre la ciudad de Ushuaia, con algo más de 9.000 habitantes ese año.

Cuando bajé del avión sentí el golpe de frío en mi cara, un frío que nunca había sentido en mi vida; era distinto, puro, gélido y echaba humo por mi boca sin tener que fumar, puro vapor helado.

Me fui caminando a través de la pasarela rumbo al centro de la ciudad a la oficina de turismo para ver dónde podía pernoctar porque era ya casi de noche y Coco y Marcela me atendieron y me dijeron que no había ningún lugar. porque las pocas plazas de los hoteles estaban todas ocupadas. La única alternativa era alojarme en una casa de familia hasta que supiese qué iba a ser de mi vida: y así fue, me dirigí rumbo a una casa que en los siguientes dos años sería mi hogar y mi familia postiza, por el cariño y el amor que me brindaron. Me llamaban «tigre», nunca supe porqué.

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