Países; autocrítica justa y necesaria
Las sociedades de algunos países padecen tormentas y zozobras y viven agazapadas a la espera de milagros que esperan de una clase política y dirigente mediocre.
«Los problemas se resuelven en casa, con coraje y valor, con decencia y trabajo».
Esta fórmula practicada por algún sector de la sociedad global no es un común denominador de las mayorías, los ciudadanos tienden a dejarse llevar por cantos de sirenas pensando que dichos acordes serán la solución a una situación de unos países que transitan siempre al borde del abismo.
El cambio vergonzoso de políticos, periodistas, empresarios, y peseteros en general, desprecian gestionar desde la decencia, honestidad y eficiencia sus oficios y responsabilidades, abandonando los verdaderos problemas que retrasan y devalúan a unos países con una base social que otrora demostraron una gran cultura del trabajo.
«El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones».
Esta frase atribuida al santo francés San Bernardo de Claraval (1090-1153) es una expresión muy antigua y una clara imagen de que de nada sirven los buenos propósitos si no van acompañados de las obras, una suerte de sentido irónico para criticar a quien incumple su palabra; el deporte nacional de esos países, practicado por toda esa clase dirigente que construye día a día un verdadera «cleptocracia» que desampara a los más necesitados.
La autocrítica necesaria está ausente en aquellos individuos que anhelan un cambio, pero que no practican las acciones y virtudes necesarias para que «algo» empiece a cambiar.
Esas y otras ridículas muestras de un modelo de comportamiento retrógrado y payasesco trasmiten una imagen-país muy depreciada al resto del mundo, donde «los ciudadanos y el sistema» no gozan de buena reputación, generando desconfianza.
Son consecuencias difíciles de solucionar en un corto periodo de tiempo, ya que la actitud acomodaticia de vivir de la política, el cargo, o el “sobre”, han llevado a gran parte de la sociedad a padecer un suerte de ceguera en donde se aprueba todo lo que no le toque el bolsillo a estos sujetos, una suerte de “sálvense quien pueda” y “a vivir, que son dos días”.
La negación, el rencor, la falta de códigos y lealtad son estigmas instalados y dicha situación amerita una profunda autocrítica si esas sociedades pretenden cambiar su status quo para recuperar ese patrimonio tan prestigioso que supieron construir los próceres, inmigrantes y emigrantes, que hicieron que esos países llegasen a ser potencias mundiales y hasta imperios.
Gustavo Rachid Rucker