La alarmante ola de individualismo que afecta la sociedad global apoyada en nóbeles filosofías de moda, interesados gurúes y tratantes de mentes humanas, está con nosotros socavando los más elementales modelos de convivencia personal y colectiva.

Es tan sólo el «yo» o el «Vos», ya cada vez menos el «nosotros», y casi extinguido el «ellos», salvo para endilgar culpabilidades.

Estos comportamientos y formas de vivir han encontrado el justo abrevadero en el temerario avance de las denominadas nuevas filosofías orientales, que han ocupado el lugar dejado por otros formatos de pensamiento y creencias que claramente han fallado en su cometido.

El ser interior, el yo mismo, el universo, la metafísica, la meditación trascendental y otras mixturas opiáceas han dejado de ser la razón de ser de algunos, para transformarse en el salvavidas de todos.

Su eficiencia en el ser de quienes recurren a ellas es altísima y resulta una red maravillosamente efectiva para todo tipo de debilidades, traumas, catarsis y frustraciones que buscan en estos alucinógenos la respuesta adecuada.

Desde lo individual no deberían ser perjudiciales, salvo por los efectos adictivos y destructivos que ocasionan en la sociedad tradicional y, en particular, en los vínculos afectivos, familiares y sociales en donde estos usuarios desarrollan su vida.

Egoísmo, individualismo, cultura del «yoismo», frialdad y distorsión de los verdaderos valores de convivencia, tolerancia, generosidad y entrega humana son algunas de sus consecuencias más típicas.

El característico reemplazo de la Fe por una concepción y visión panteísta de la vida también genera como consecuencia que se vea al universo y la naturaleza como único sentido del vivir y el transcurrir, abandonando de este modo la creencia que quien tenemos a nuestro lado es más valioso que nada, se llame como se llame; pareja, hijos, familia, vecino o sociedad misma.

Una verdadera Epidemia inmanente nos cubre con fuertes conductas endogámicas, así, Agustín de Hipona pudo decir que la inmanencia es, precisamente, la propiedad por la que una determinada realidad permanece como cerrada en sí misma, agotando en ella todo su ser y su actuar.

Así estamos, nuevos tiempos, nuevas modas, y una gran vacuidad de generosa entrega y contemplación del «otro», que finalmente es nuestra «razón de ser» para los que pensamos que la donación total del amor, el compartir, el ceder y otras virtudes son un desafío y el único ejercicio que puede rescatar los valores olvidados, única forma de vivir coherentemente.

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